El Blog de Imosa

Lo que quedará en 2048

1 noviembre, 2014

Año 2048. Soldados de la coalición han llegado al último rincón del antiguo reino de Tíbet. Un viento sordo hace cantar los guijarros del suelo, y viendo las montañas peladas parece increíble que se trate de uno de los pocos lugares del mundo libres de la devastación final, como la denominó uno de los generales rebeldes en la última gran guerra. Sólo unos niños vestidos de monjes que caminan hacia el noroeste, parecen conservar una identidad particular que no saltó hecha añicos, como en el resto del planeta.

Los soldados apenas tienen veinte años, salvo el sargento que debe rondar los treinta. Su indefinible aspecto mestizo, unido a las mutaciones de la piel que les habían producido pigmentaciones moradas en ciertas zonas de la cara, les confería un doble aspecto de supervivientes, o condenados, según se aprecie de un lado u otro. Los guijarros crepitaron en el suelo cuando el cabo que había ido a reconocer el terreno remontó el repecho en el que se hallaban, y espetó algo en un inglés salpicado de palabras españolas, arrastradas por una cadencia árabe. El cabo se apoyó sobre un rifle viejo de fabricación rusa, fruto de una rapiña anterior. Después, recuperó el resuello con unos jadeos angustiosos. El soldado más bajo escondió la cantimplora, y el recién llegado se levantó arrastrando el fusil.

Le persiguió sin fuerzas dando ambos vueltas entorno a un círculo minúsculo. Los jadeos parecían a medio camino entre los de un animal, y los de un cavernícola primitivo. El sargento blandió un machete, y se hizo con la cantimplora. Los demás, le miraron como miembros de una manada que no se atrevía a desafiar la autoridad del macho dominante. Entonces, aquellos niños que cruzaron vestidos de monjes, brillaron en la falda de la montaña, sobre lo alto del páramo, y como un instinto reflejo, todos los soldados se dejaron caer al suelo, al tiempo que cargaban el fusil con una velocidad ensayada. Seis armas automáticas apuntaban a los niños.

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